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La ruta migrante americana menos conocida en Europa

today7 mayo, 2020 65

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Quizás porque nos pilla lejos, en otro continente al otro lado del charco. Quizás porque no nos afecta directamente. El caso es que hay una ruta migrante que atraviesa todo el continente americano de sur a norte, una ruta no exenta de dificultades y numerosos peligros que implica a numerosas familias y no sólo del continente americano, sino de una gran variedad de países del resto del mundo. En 2019 se calcula que atravesaron esta zona alrededor de 25.000 personas de hasta 50 nacionalidades diferentes y con casi un 16% de niños y adolescentes ente ellos. y esto es sólo la parte de los que consiguen superar este reto.

Y la parte más peligrosa de esta travesía a través del continente americano se encuentra entre Colombia y Panamá en la selva del Darién. Una selva en la que muchos se quedan por el camino, una jungla en el que a las altas temperaturas y a la humedad se suman peligros mortales como ríos
con fuertes corrientes, serpientes, jaguares, mosquitos, bandas armadas y delincuentes.

Dependiendo de si la temporada es seca o húmeda se puede tardar entre siete y diez días (a veces mucho más) en atravesar toda esta zona. Una zona que ni siquiera es capaz de atravesar la carretera Panamericana que va desde Chile a Alaska y que comprende 575.000 hectáreas de naturaleza virgen en las que no se encuentra agua, comida o refugio.

Según datos oficiales del Servicio Nacional de Migración de Panamá, el 57% la población migrante en tránsito es de origen antillano. Salieron de la isla caribeña tras el terremoto de hace una década y, en su mayoría, se instalaron en Chile. Ahora, con la inestabilidad en el país trasandino, han vuelto a hacer las maletas. África (22%), Asia (17%) y el 4% restante Sudamérica completan esta conjunción de nacionalidades y culturas unidas por el mismo reto, llegar a Estados Unidos o Canadá (destinos deseados por muchos), o solamente un lugar donde tener oportunidades.

El Senafront (Servicio Nacional de Fronteras), creado en 2008 por el entonces presidente panameño Martín Torrijos Espino, se encarga del control de estos flujos migracionales. En Bajo Chiquito, la comunidad indígena emberá supone el primer contacto con algo parecido a la civilización tras días de caminata por la selva tienen un puesto con una pizarra donde apuntan las distintas nacionalidades de los que han tenido la fortuna de llegar a esta área. Congo, Eritrea, Guinea, Ghana, Sierra Leona, India, Camerún, Nepal, Angola, Pakistán, Burkina Faso, Sri Lanka, son algunos de los países de origen que se observan en dicha pizarra. Todo el poblado tiene un desagradable aroma mezcla de hogueras, excrementos y residuos que esperan a ser incinerados. Como no existen los baños ni las duchas, el río soporta las labores de aseo. También de refresco. Después de lo que llevan soportado el pudor es algo que ya no existe.

Familia cruzando el río Turquesa en Bajo Chiquito

Los agentes del Senafront registran la llegada y hacen una primera observación médica en busca de casos de extremada urgencia, especialmente en niños, niñas y mujeres embarazadas. Todos estos migrantes que llegan hasta aquí son evacuados por las autoridades panameñas en bote hasta La Peñita, localidad prevista para su recepción (entre 100 y 150 personas embarcan al día, por orden de llegada, en las largas y estrechas pangas indígenas que les llevan río abajo) mientras el resto espera su turno como buenamente pueden en una zona con pocos servicios y en donde las sombras y utensilios para cocinar están altamente cotizados. Excepto los aproximadamente 460 indígenas emberá del poblado, el resto está lleno de picaduras de insectos, sobre todo mosquitos que producen incluso heridas abiertas por exceso de rascarse. Y la gran mayoría que llega lo hace con los pies tan hinchados que parecen el doble de tamaño debido a la dureza de la travesía. “Mete los pies en agua con sal”, recomienda uno de los agentes a un joven haitiano que se acerca a la cabaña de Senafront en busca de ayuda. A ojos extraños pareciera sufrir elefantiasis. “No estaba tan mal… si tú vieras”.

El Comité de Agua de Bajo Chiquito, apoyado por Unicef y Cruz Roja, trata de rehabilitar el sistema de potabilización tomando el fluido del río Turquesa para entre otras cosas permitir que se puedan preparar sueros y curar las heridas de quienes llegan a esta pequeña comunidad huyendo de la selva, muchos fueron los peligros del Darién. Desde falsos ‘coyotes’ que les cobraron por guiarles y les abandonaron, hasta el encuentro con animales salvajes: “No había solo mosquitos, había serpientes. Vimos unas cobras cerca de nuestra carpa donde dormimos. Escuchábamos también ruido de jaguares. Había monos pasando. Era muy peligroso”. “Solo teníamos jugo de polvos. Buscábamos el agua en el rio y la poníamos en el jugo y bebíamos para tener fuerza. Porque el jugo tenía azúcar. No sabíamos si el agua del rio era limpia o no, si se podía beber o no. Pero teníamos sed. La comida se había acabado toda y nuestros pies estaban rojos, hinchados, dañados”, explica una chica. Genese, de 14 años, tiene claro que lo peor de cruzar la selva fue “la cabeza”. “Había una cabeza de persona. Solo la cabeza, sin cuerpo. Estaba medio tapada pero se veía. Solo tenía cuatro dientes”. “Nos arrastrábamos con un palo de árbol para poder caminar. Un día antes de llegar pensaba que iba a morir”, cuenta Janete. “Todos tuvimos problemas de salud. Nuestros pies estaban dañados, no conseguíamos caminar más. Todavía siento el dolor del hambre. Ni comiendo se termina”.

La barca que les lleva a su próximo destino, La Peñita, comunidad ubicada a orillas del río Chucunaque, que ha sido adaptada como Estación de Recepción Migratoria (ERM) no es gratuita pese a ser la única manera de salir de Bajo Chiquito. Sobrevivir al Darién y esquivar a los delincuentes es prácticamente imposible. Por lo que casi nadie llega con dinero aquí. Eso aumenta el riesgo, en especial para las niñas. La policía reparte chalecos salvavidas. Cuando el río corre bajo de caudal, lo más seguro es que a mitad de camino tengan que empujar la barca. No siempre es así, en los meses lluviosos, que son la mayoría, el caudal crece casi metro y medio, aún así el viaje suele ser tranquilo.

Una vez conseguido llegar a La Peñita, los migrantes se encuentran un poblado mejor comunicado que contribuye a que haya agua potable, un médico y un espacio seguro con apoyo psicosocial para los niños y niñas, gracias a Unicef y sus aliados. Cada rincón de esta comunidad está ocupado por una carpa. Tras su desembarco en La Peñita, los migrantes deben pasar por un proceso de registro biométrico que incluye control de iris y huellas dactilares. Un equipo del Ministerio de Salud pone vacunas a todos los niños y adultos, tras una revisión, remite los casos más urgentes a una carpa donde otro equipo médico realiza consultas gratuitas. En casos de extrema urgencia, los pacientes serán llevados a Metetí, cabecera del municipio de Pinogana, para atenderles.

Aquí residen 168 personas, en su mayoría indígenas emberá, pero puede llegar a triplicarse el número de habitantes con la llegada de migrantes y el hangar que hace de refugio sólo tiene cabida para 100 y el resto hace lo que puede con colchonetas en el suelo,… Por tres dólares la noche es posible montar la tienda bajo un techo privado. Este flujo de personas ha hecho que florezcan negocios de ropa y comida (el alcohol está prohibido). Además hay tres intermediarios de empresas de envío de dinero que se quedan con el 15% de lo que reciben las personas en tránsito a través de giros. Un plato de arroz con pollo cuesta 3,5 dólares, una fortuna para los que esperan para continuar el camino.

Víctor Bonilla es el promotor de salud y nutrición de Unicef y de la Cruz Roja y cada día recorre las tiendas de campaña y hangares en busca de los más pequeños entre los recién llegados. Realiza tallajes a los niños y niñas menores de 5 años para detectar posibles casos de malnutrición. También explica a las madres y a los padres la importancia de la lactancia materna. Muchos «Llegan con menos heridas en la piel pero siguen con diarreas porque beben agua del río, que no está en condiciones».

Una planta potabilizadora instalada por Unicef genera 30.000 litros por día tomando agua del río Chucunaque en cuatro puntos de la localidad, aunque no es suficiente ya que hay que beber, pero también cocinar y asearse. Y se establecen horarios para abrir los grifos. A pesar de todo, es la única comunidad de la zona con potable.

Arnesio Ballester, ha vivido en La Peñita los últimos 37 años. Se ganaba la vida con la agricultura, fue designado por la comunidad para formarse y poder dar mantenimiento a largo plazo a las nuevas instalaciones. “Aquí nunca ha habido agua potable hasta ahora” y añade, “Ahora los vecinos me dicen que me quede y que aprenda mucho, todo lo que pueda. Es un gran beneficio para la comunidad y estamos todos contentos”. El maestro de Arsenio es Guillermo Sánchez, el técnico de agua, saneamiento e higiene de Unicef y Cruz Roja. “El grupo de niños y embarazadas son el grupo que principalmente viene con mayor nivel de deshidratación. Tener agua potable aquí es vital para que puedan volver a su mejor estado de salud”, explica Sánchez. “Además, los niños y niñas son especialmente vulnerables por estar en período de desarrollo y no tener todas las defensas. Tener agua limpia los mantiene lejos de bacterias y otros intrusos para su salud”.

Niños lavándose las manos en La Peñita

Unicef ha levantado una carpa donde los niños y niñas tanto migrantes como residentes pueden relacionarse y jugar con otros niños. Y gracias a la alianza establecida con organización The RET Internacional, varios técnicos realizan actividades de apoyo psicosocial a través del juego, dibujos y canciones. Mónica Arcia, profesional psicosocial del espacio seguro para la niñez tiene dos dibujos clavados en su memoria. Uno en el que un niño pintaba cómo el río se llevaba a una familia con un bebé que iba agarrada de la mano. Otro de una niña que, en lugar de pintar, escribió en un idioma desconocido la frase “Tengo un tesoro escondido en el fondo del océano”. “Al lograr traducirlo, comprendimos que había perdido a su madre en el camino”, explica Mónica.

El siguiente paso después de pasar la peor parte del camino es esperar a los autobuses que transportarán a los migrantes, como parte del proceso de flujo controlado, hasta la Estación de Recepción Migratoria ubicada en Los Planes de Gualaca (Provincia de Chiriquí), a 70 kilómetros de la frontera con Costa Rica. A partir de aquí seguirán con su camino esperando llegar al destino que tenían fijado, pero con más esperanza pues ya les queda menos y lo más peligroso, la selva del Darién , ha quedado atrás.

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Escrito por EDM RADIO

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